viernes, 20 de junio de 2008

Un saludo inusual

Carrera séptima. Calle 27. Bogotá. Acera oriental. Mañana.


Uno venía contando sus pasos, con camisa a rayas, unas grises otras negras, distraido, de norte a sur, mudo. El otro, de sur a norte, venía con los ojos bien abiertos, roja, la bufanda al cuello, con unos pasos cortos cargados de pensamientos, mudo también. Así parecía.

Y entonces, a punto de chocarse, dos destinos encontrados que ya antes se habían encontrado en el largo trascurrir de la vida. La vida de un hombre barbado y arrugado; la vida de otro flaco y temeroso .

El de los ojos abiertos se esfuerza por distanciar aún más las pestañas de abajo de sus párpados blancos. El otro, mudo, sigue con su cabeza de aveztruz, acaso se encuentre un billete y de paso con la fortuna de poder jugarlo en el casino.

Y así, con los ojos abiertos, el hombre con destino norte agita el aire, toca el hombro de su amigo. De avestruz a jirafa, con la cabeza en alto y ahora sí copia el gesto impávido de aquel. ¿Cuantas cosas habrán pasado entre los dos amigos para llegar a este momento de reencuentro? Al parecer muchas porque los dos rostros se iluminan.

Viene un abrazo y se espera el grito de efusividad, pero continuan mudos. El uno alza su brazo, mueve sus manos, mueve sus dedos. El otro le entiende, mueve sus manos, responde con sus dedos. Después de una comunicación corta y feliz, sin decir palabra, los dos amigos siguen su camino, quizás con asias de volver a encontrarse o con una cita concertada que solo ellos logran decodificar, de norte a sur, de sur a norte, mudos.

1 comentario:

César Mazo dijo...

Uy, muy buena esta nota. Me impactó la narración.