martes, 29 de abril de 2008

El perro obrero

Tenía la lengua aufera, su pelo negro apenas se movía y la mirada fija al otro lado de la calle. Yo venía del oriente. Crucé la calle. Me interpuse un instante y él apenas agitó su hocico para no perder su objetivo. Un collar rojo y delgado le apretaba el cuello, un cordel delgado lo aprisionaba, hasta que llegara un carro y tuviera que olfatear, no vaya a ser que nos vuelen el edificio con una bomba. Los niños siguieron patiando el balón alegremente mientras el perro, triste y atento, lo seguía con la mirada

martes, 1 de abril de 2008

Las guerras de Charlie Wilson

Un solitario de lentes cuadrados, una pareja de ancianos, dos hombres -aparentemente pareja-, cientos de sillas vacías, un joven barbado y, también, solo.

No había nada más en la sala. Gigantesca. Había llegado al centro comercial, torpemente, tarde. "Uno para la del poder". No había nadie en la entrada de la sala. La puerta estaba cerrada. Habría que ver cuantas veces puede uno colarse a la sala sin que te pidan un tiquete idiota. "El cine debería ser gratis, como el aire", pienso ahora que conservo intacto mi papelito. ¿Habrá alguien a quien regalarselo?

Creo que no.

En Medellín, esa es mi experiencia, cualquier película que no tenga la clave mágica del cine -"al menos una tetica"- fracasa. No sé cómo igual llegan las latas, cómo es que llegan las cintas y se abren las salas para un solitario de lentes cuadrados, una pareja de ancianos, dos hombres -aparentemente pareja-, así haya cientos de sillas vacías alrededor y un joven barbado y solo.

Además: tetica sí había aunque no aparecieran en primer plano en el cartel de promoción. Incluso la insinuación permanente del par que lleva alto, muy alto porque no tiene muchas y se las aprieta, alto, Julia Roberts, mujer de labios alargados, de nariz peligrosa, de ojos que se rasgan y opacan un quien sabe qué, una insinuación con el iris a plenitud, y que en Charlie's Wilson War, la cinta que llega a Colombia con el nombre de Juegos de poder, posa de "mujer de sociedad", lasciva, poderosa, inteligente y sensual.

La vaina es simple pero compleja: un congresista mediocre -Tom hanks- y corrupto, amoral de los Estados Unidos, joya deslucida de la plutocracia gringa -que viene siendo la misma en cualquier parte del mundo-, esclavo sexual y político del personaje interpretado Roberts, es uno de los integrantes del consejo del capitolio que destina recursos clandestinos para financiar las guerras anticomunistas de mediados de los ochenta y finales de la guerra fría.

Entre copas y mujeres, Charlie, que así se llama el congresista, le llega la invitación de ir hasta un país rocoso, de hombres barbados y que a ojos de los gringos -es la hipótesis de la peli- son unos simples pastores -nada de talibanes- que buscan la liberación de las fieras soviéticas, sanguinarias, malvadas persé. Charlie consigue incrementar potencialmente los recursos clandestinos destinados para patrocinar la resistencia armada afghana y, al final, consigue la derrota de los sovièticos.

Lastima el tufillo pro-yanqui, la consagración heroíca de un congresista tan sucio al principio de la cinta cuando participa de orgías sniferas en Las Vegas como cuando termina -que para el caso es cuando comienza la peli- consgrado por el favor de haber derrotado la milicia imperial Rusa. Lastima todo ello y lastima, sobre todo, que no se haya puesto en escena la consecuencia más simple de aquella guerra afganha. Al final, despuès del redoble y la sinfonía èpica, a la peli le falta una muy corta secuencia final que complete la ironía, la triste ironía que tiene en paranoia al mundo entero, en que terminó el experimento gringo. Dos segundos de video le faltaron. Dos segundos en los que se ve cómo un avión, seguido de otro más, se interna en uno de los pisos altos del que hasta el 2001 fuera uno de los cuarteles de control del mundo.

Lastima el desenlace, porque el desarrollo de la cinta es uno de los más brillantes debido al juego moral que se despliega, debido al juego político internacional que trata y por la desnudez en la que deja a Estados Unidos en sus formas de gobiernar al mundo. Supuestamente tras una causa humanitaria, Charlie consigue la imposible tarea de llevarles juguetes bélicos e israelíes a los afghanos. Este juego piadoso da al traste con la posición de un congresista clientelista, mentiroso e investigado por consumo de coca por un fiscal, un tal Rudolph Giulianni.

Charlie es un personaje que no cambia sus anti-principios. Al que no se le siente su cambio. Su piel de oveja es invisible. Es lobo y muere lobo. Pero esa 'maldad' cínica, mezclada con el erotismo de su compañera de urnas y de cama, de Roberts, produce un desarrollo rápido, interesante, en el que brillan los diálogos inteligentes, la química natural de las personalidades y la entrada en escena de uno de los caracteres mejor construidos e interpretados: el de un agente de la CIA con aire de jugador empedernido de poker.

Aunque por este papel fue nominado a los Oscar como mejor actor de reparto, el siempre brillante Seymor Phillip Hofmann, increiblemente, es opacado por la fuerza misma del personaje. No es la interpretación, sino el tono lúgubre y agresivo, como de western, de un agente fracasado e inteligente, más cínico que el mismo Charlie y tan responsable como neurótico.

La lectura externa de la peli: por fin los gringos están dandose los golpes de pecho que por la cantidad de escombros y muertos no se pudieron dar a principios de la decada. Las guerras de Charlie Wilson -como se debió haber traducido- es una punzada en el corazón de una sociedad belicista, que cada vez que necesita sangre extranjera para sostener sus tonterías púdicas, sus miedos más dogmáticos, no ve inconveniente en enviar aviones, dinero, armas, agentes encubiertos, con tal de que la sangre no sea yanqui.

Esta no es una historia de ficción, dice la película. De congresistas que meten la mano en las vidas y las venas de las sociedades, los colombianos sabemos suficiente.