jueves, 12 de agosto de 2010

Elogio al error


Siempre me ha gustado que las cosas salgan mal. Tratás de escribir un poema y sale una crónica, tratás de escribir una crónica y te sale un poema; y así, entre error y burrada, termina uno en el peor de los lugares o recogiendo del piso la carne con papitas.

Hago esta confesión porque sé que no estoy solo. Porque, amigo del eufemismo o amiga feminista, esta convención de lo políticamente correcto nunca triunfará. ¿Error de la sociedad? Como sea las cosas saldrán mal para algunos y usted terminará resignándose.

Una amiga me contaba susurrando cómo se le activaban las glándulas salibales cada vez que en su empresa las cosas empezaban a desfilar cerca del borde, a centímetros del abismo. "¡Sí, maldita sea! ¡quiero que toda esta cadena de producción, cadena de la esclavitud, se detenga y no podamos cumplir con el plazo!", quería gritar. Se conformaba con apretar las comisuras de los labios, dibujando una sonrisita cruel.

Luego la cosa se ponía peor. No para ella, sino para su empresa. Es una de esas compañías que desfalcan al país y, luego, alquilan la vajilla más cara y se bendicen la frente cuando monseñor viene a visitarles durante la hora del almuerzo. Inconscientemente, y así no se logra disfrutar al mismo nivel, todos hacen las cosas peor que antes. Los ingenieros no suman, los que llevan de un lado a otro el producto se tropiezan, los de los cheques gruesos se rascan la cabeza y los de abajo se ponen insolentes. En Colombia, esto es un error, es estar muy mal. Por eso me gusta.

Dice Mick Jagger sabiamente que a uno nunca le llega lo que quiere, pero siempre lo que necesita. Esto, para algunos hombres y mujeres (aquí la aclaración es necesaria porque no se trata de darle gusto a los y las del 'lenguaje incluyente'), representa una cadena de errores incorregibles que pocas veces esos hombres y esas mujeres alcanzan a advertir.

Yo también trabajé en una empresa que vendía las mismas cosas. Cuando me preguntaban, con sus arrugas arrugándose, que por qué todo estaba mal, que como era que no iba bien, ellos veían mi rostro de placer. Algunos dirían, estoy seguro, que era desinterés. Era otra cosa. Yo sabía que estaba disfrutando, y, lo mejor, ellos también. Si hubiera odiado los errores, como los demás, hubiera hecho parte del error. Estoy seguro.

Hubiera sido culpable, hubiera tenido que buscar soluciones al error que, uno sabe, no es tan grave. Es mejor que las cosas vayan mal, así van bien. Solo puede carcajearse uno de lo que es tan errado que parece un error de la diosa ironía. Si fuera mi voluntad escuchada por esta diosa, todos iríamos por las aceras caminando sobre los talones como Chaplin, a rápida velocidad, en blanco y negro y con un estilo tan enrevesado, tan errado, que las cachetadas y la farsa parecerían tan pulcras como agenda de botánico.

A otro amigo le gustan los errores del computador. "Es como si se emputaran", dice. Funnnnn!!! Un sonido seco y ya la maldita máquina te regaña porque presionaste la secuencia de teclas que no era. A él le gusta las fe de erratas. A mí no: porque dicen muy hipocritamente que el error es malo. Es un error no reconocer los errores, dicen, pero lo es también el reconocerlos por remordimiento y no por gusto.

Me gusta cuando todo va mal, cuando todo va peor que ayer, cuando la equivocación se viste de disparate, cuando el desacierto se pone camisa de metal y se vuelve yerro; me gustan los errores tontos, los imprevistos que llegan como el amigo a mitad de una siesta, los amorosos que terminan en un beso, los errores que no se saben errores; porque los errores, en un examen de introspección errado, se creen aciertos. Por eso, porque me gustan los errores, porque me gusta cuando todo va mal, es que siempre me ha gustado mi país. Creo a veces que esto también es un error.