Siempre me ha gustado que las cosas salgan mal. Tratás de escribir un poema y sale una crónica, tratás de escribir una crónica y te sale un poema; y así, entre error y burrada, termina uno en el peor de los lugares o recogiendo del piso la carne con papitas.
Ya voy toño
Alguna vez creí que el amor sería lo que nos salvaría de nosotros mismos...Ahora no estoy tan seguro.
jueves, 12 de agosto de 2010
Elogio al error
Siempre me ha gustado que las cosas salgan mal. Tratás de escribir un poema y sale una crónica, tratás de escribir una crónica y te sale un poema; y así, entre error y burrada, termina uno en el peor de los lugares o recogiendo del piso la carne con papitas.
viernes, 28 de mayo de 2010
Nuevo servicio comercial
En el páramo
viernes, 21 de mayo de 2010
viernes, 14 de mayo de 2010
Las llamadas de la escuela
Con más de diez años como directivo docente en las zonas de orden público más convulsionadas de Medellín, Edmundo es un hombre que ha desarrollado un tacto ‘especial’, una especie de talento para hacer su trabajo, tratar afablemente a sus alumnos y regresar sano y salvo a casa. Por amenazas de grupos armados, en las últimas semanas dos de sus compañeros que también estaban al frente de la institución tuvieron que ser trasladados hasta otros centros educativos.
Aunque la Asociación de Institutores de Antioquia (ADIDA) registró el desplazamiento laboral forzado de 119 docentes de Medellín durante el 2009, diversas fuentes consultadas por El Espectador coinciden en que las principales víctimas del rebrote de violencia de los últimos meses son los son los menores de edad y, en partícular, los estudiantes.
La Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES) reveló esta semana un informe según el cual 1.355 estudiantes “tuvieron que huir de sus colegios” por factores relacionadas con los enfrentamientos armados. Un testimonio recogido por esta ONG relata: “Yo vivo en Pedregal y tengo que pasar al colegio en Castilla y para que no me reconozcan me voy sin uniforme y cuando estoy en la entrada del colegio me lo pongo. Esta es la única forma que tengo para ir caminando, porque o si no, tendría que dejar de estudiar porque en mi casa no tienen plata para pagar el bus. Otros compañeros llevan la camiseta dentro del bolso y se la ponen dentro de la escuela porque por las calles está prohibido usarlas”.
Un músico que integraba la red de bandas municipal, una promesa del deporte nacional que ahora juega en la selección Colombia y hasta una reina de belleza son algunos de los estudiantes que no ha vuelto a ver Edmundo en su institución. “A mí me duele mucho verlos partir”, dice. El año anterior, ‘partió’ uno desde la puerta de la institución educativa.
Muerte en la escuela
“El Comité Municipal de Derechos Humanos (CMDH) observa con profunda preocupación el asesinato de 11 estudiantes, cerca o en sus colegios, y los 120 niños/as asesinados el año pasado, mucho de estos estudiantes de colegios de secundaria”. Uno de estos 11 estudiantes asesinados en el 2009 que recuerda el CMDH en carta al Concejo de la ciudad cayó a pocos metros de la oficina de Edmundo. Según las cuentas de ADIDA, en lo que va del año van 5 estudiantes asesinados en inmediaciones de sus escuelas y 5 docentes más han perdido la vida violentamente por desempeñar su oficio.
Cuando se desatan las balaceras en los alrededores del colegio, el mismo teléfono por el que Edmundo Cáceres acaba de escuchar que pierde un alumno más, sirve para que los estudiantes suavicen sus preocupaciones. Los jóvenes se agolpan en la oficina de este directivo para llamar a sus casas mientras, por los altoparlantes, se escucha la orden de quedarse en el piso, encerrados en los salones.
En un instante, desde que la explosión de la bala estalla hasta que su eco deja de rebotar abajo en el valle, la escuela se convierte en fortaleza, hasta que amaine el contrapunteo armado. Algunos, en especial los de los grados superiores, dice Cáceres, aprovechan para colar una mirada y así presenciar un capítulo de la serie de televisión Rosario Tijeras, en vivo y en directo. Los ‘muchachos’ recorren a toda prisa el perímetro del colegio-resguardo con sus armas largas.
Aunque estos enfrentamientos nunca han tenido como escenario la institución misma, esta violencia periférica ya es de por sí una grave contravención al Derecho Internacional Humanitario. Recientemente, la UNESCO incluyó a Colombia entre los 6 países del mundo “donde se han registrado en los últimos años más actos de violencia dirigidos contra los sistemas educativos”. En un informe mundial presentado en el mes de febrero llamado “La educación víctima de la violencia armada”, el organismo adscrito a las Naciones Unidas informa sobre los 310 asesinatos de docentes ocurridos entre 2000 y 2006 en el país.
Más preocupante aún es que todo parece indicar que estos ataques indirectos al buen funcionamiento de las instituciones educativas no son un hecho exclusivo de una parte determinada de la ciudad o sus municipios vecinos. Este jueves, denunció la Corporación Nueva Gente del municipio de Itagüí, “se convocaron y reunieron a un número considerable de estudiantes de la Institución Educativa Enrique Vélez Escobar que viven en la vereda el Ajizal para informarles que por las amenazas y por la presunta amenaza de un ataque al interior del colegio serían llevados a sus casas por la Policía”.
Así ocurrió. Los estudiantes regresaron temprano a casa y a bordo de los vehículos oficiales. Actualmente, 58 instituciones educativas –una de cada cuatro- cuentan con el acompañamiento de la fuerza pública. En 10 de ellas, además, se está aplicando el programa “requisas pedagógicas” por petición de los rectores, el cual ha despertado un vehemente rechazo de parte de numerosas organizaciones vinculadas a la educación.
También esta semana un estudiante fue acribillado a las puertas de una iglesia del barrio Campoamor mientras se mantiene la alerta emitida por la Personería de Medellín sobre CEDEPRO, una institución por la cual circuló “un panfleto en el que se amenaza de muerte a más de 20 personas, habitantes del Corregimiento de Altavista”. Para completar este enrevesado panorama, COHDES alerta sobre el porcentaje de desplazados intraurbanos que asistían a clases. De 4.375 registrados, 1.355 eran estudiantes. Es decir, el 30 por ciento de quienes tuvieron que dejar sus casas por la violencia urbana.
Estudiantes en fuga
La historia que acaba de escuchar Cáceres telefónicamente, literalmente, cierra todos los caminos. Para que el hijo de esta madre de familia llegue a la escuela tiene que “bajar” la montaña y cruzar un caserío bajo el control de una peligrosa banda. Esto ya no es una opción. Las “fronteras invisibles” en esta ciudad parcelada ‘exigen’ que su hijo se quedé con los suyos, los de su barrio, sea o no cómplice de quienes armados. Hacia el sur, desde la cañada, la situación es la misma. Montaña arriba no hay más que eso, montaña. Hacia el norte, todos los de su barrio han trasteado las maletas y los cuadernos, a tal punto que hay quienes hablan ya de un hacinamiento escolar.
Algo similar ocurre en los barrios Esfuerzos de paz 1 y 2. Los límites fronterizos entre “rancheros” y morreros” son claros, a pesar de que comparten, entre caserío y asentamiento, hasta el nombre. En su mayoría estos dos barrios, uno encima del otro, están habitados por población rural desplazada. Una vez más, gracias ahora a las armas de la ciudad, esta población vulnerable está hablando de territorios vedados, perdidos.
Los límites impuestos por las armas son la principal causa que, según la Corporación CEDECIS, ha jalonando la deserción durante los últimos 4 meses. Y para COHDES, la decersión afecta hoy por hoy a las dos terceras partes de las comunas de la ciudad. Sin embargo, producto del enfrentamiento entre alias Valenciano y alias Sebastián, colegios de barrios como Pedregal, Castilla, Santo Domingo Savio, Manrique, San Javier y Altavista han sido los más afectados.
Es incierto aún el número de estudiantes que pudieron encontrar una nueva escuela luego de haber desertado. En su revelador informe, COHDES señala: “Algunos contaron con suerte y fueron reubicados en otros centros educativos. Otros, están agazapados en sus casas, sin hacer nada, porque temen que donde estén los encuentren”.
Por supuesto, la decersión tiene conexión directa con los índice de desescolarización. A pesar de que la Alcaldía de Medellín los estima bajos –aún no consolidan los de este año y hasta el 2009, según la cifra oficial, venía en un descenso constante–, dos organizaciones acaban de revelar preocupantes informes. La Corporación Educativa Combos encontró a 264 niños que, por diversos motivos, no reciben educación. A su vez, la Corporación CEDECIS le contó a El Espectador cómo en tan solo tres asentamientos de la ciudad se hayan 244 menores en edad escolar sin recibir estudio.
El Secretario de Educación de Medellín, Felipe Gil, considera que más que deserción, lo que vive la ciudad es un fenómeno de libre movilización. Ante algunos eventos alarmantes de deserción presentados a principios de este año conocidos por su despacho, afirmó que se “está en proceso de superación. Creemos que todavía hay algunas dificultades en algunos puntos de la ciudad, pero para eso están los organismos de seguridad y nosotros lo que hacemos es buscar las herramientas para que los niños no se retiren del sistema educativo”.
Desescolarización o deserción, el tema preocupa en una ciudad que gasta más recursos en educación que en cualquier otro rubro, y que hasta hace muy poco presumía tener, como bandera de batalla, el título de ser “la más educada”.
Si no fuera por las aulas…
Edmundo Cáceres reconoce el compromiso con la educación de esta administración y de la anterior, encabezada por el ahora candidato a la vicepresidencia Sergio Fajardo. “Decadencia”, “tragedia”, son dos palabras que este pedagogo asocia a la posibilidad de no haber contado con una política educativa tan fuerte como la que ha impulsado la Alcaldía de Medellín en los últimos años.
Esta visión un tanto apocalíptica la empieza a compartir la Personería de Medellín. Recientemente, esta agencia del ministerio público instó “a las autoridades –sin que prime “la preocupación por la buena imagen de la ciudad”– para que generen los espacios y programas que permitan evitar la crisis humanitaria que se anuncia”.
Además, señaló también la Personería que “esta realidad demuestra que medidas implementadas tales como las operaciones militares, el despliegue amplio de pie de fuerza para la vigilancia y el control permanente, no han sido y se avizora que no serán la solución a los problemas de conflicto y violencia en Medellín”.
Aunque con menos alumnos a su alrededor, Edmundo Cáceres no está solo en su propósito de hacer una ciudad con un mejor nivel educativo. Desde los filos de las partes altas de la ciudad, desde las aulas, este hombre vio cambiar de mentalidad a toda una generación, gracias a la educación.
Para él, lo más importante es contar con los jóvenes de las zonas más pobres de la ciudad. A pesar de los problemas latentes, esta ciudad cambió. Por lo menos desde la mentalidad. Ellos tienen ahora, dice Cáceres, la ambición y, lo más importante, la oportunidad de estudiar, de encarrilar un proyecto con sus vidas que las armas de manera cíclica condenan al “no futuro”.
* Nombre cambiado a petición de la fuente.
miércoles, 20 de enero de 2010
24 horas en Barcelona
Estoy estancado en Madrid. Empezamos mal, Barcelona. En casa me contaron que eras la reina de Europa por estos tiempos; que no se puede pasar por aquí sin coquetearte. Ya me empezaba a enamorar la sola idea de pasar una noche en ti: me habían prometido buena compañía, un vino, un cigarro y una boleta para el gran circo europeo en que se ha convertido el festival Sónar. Sin tiquete en la mano, lo sé, estoy tan lejos de ti, Barcelona, como el marroquí que a esta hora lucha contra el mediterráneo en la soledad de una panga sin matrícula.
La idea inicial era dejar atrás la capital; gastarse las ocho horas de viaje en bus hasta Cataluña y, entrada la noche, ya con Barcelona bajo la suela de mis zapatos, dejarme caer en el juego multicolor del festival musical y de arte digital que desde hace 15 años le abre la puerta al verano mediterráneo de Cataluña. Nada de eso. Por un error de señalización, el bus abandonó la estación desde la bahía equivocada y, según nos dicen con esa tosquedad tan madrileña en la taquilla a mí y a la veintena de personas en la misma situación, no hay cómo llegar hoy a la ciudad condal. Adiós Sónar.
Veo la gente y los buses pasar mientras me intento divertir con los ventiladores que esparcen una tenue red de agua por todo el lugar subterráneo que hierve bajo el asfalto de la Avenida Américas. Paso mi cara por el rocío como para espantar los fantasmas y finalmente decido viajar en la madrugada. Así pierdo dos cosas: una de las poquísimas noches que tenía para divertirme en Barcelona y la felicidad que me consumía el llegar hasta la ciudad de la que todo el planeta está hablando.
Al final de la Rambla
8:00 am. Abro los ojos y salto del bus. Ahí está Barcelona cubierta por un abrigo gris, lluvioso. Rara urbe. Es la primera de Europa en la que siento cierto aire de arrabal, de descuido. Hago una llamada. “Ehh, si quieres nos vemos en la casa a eso de las 5 de la tarde… Apenas estamos saliendo del Sónar que estuvo súper y ahora vamos para la casa de unos amigos a dormir”, me dice mi anfitriona. Pateo tres piedras, recuerdo que el mochilero no llora ni gasta más de lo vital y me enfilo resignado hacia el lugar con más negrilla del mapa turístico.
En la boca de la Rambla, un paseo tan famoso y visitado por extranjeros como evitado por los catalanes, pido un desayuno árabe que me pone a añorar a Madrid, una ciudad que jamás hizo el mínimo esfuerzo por ganarse mi cariño. Rambla abajo, mascullando una maldición con el paraguas sobre mi cabeza, me antojo de llevarme algo del mejor equipo de fútbol del mundo. Por una camiseta que bien pudo ser confeccionada en las hilanderas de Fontibón, un catalán cejudo por poco me saca de mala manera los tres centavos que me quedaban en los bolsillos.
Empezamos mal, Barcelona. Seguimos peor, Cataluña. Por qué será que cuanto más uno espera menos recibe. No es momento para huir pero cuanto me gustaría. En este momento odio a Woody Allen y la banda sonora de su maldita película Vicky Cristina Barcelona. “¿Por qué tanto perderse, tanto buscarse, sin encontrarse?”, se pregunta la canción que abre el filme. Estoy que me cago en la ostia, en Fito y hasta en los Fitipaldis. Recuerdo ahora una parte de una de sus canciones que le canta a la Rambla y que viene perfecto para el momento.
O te buscas una novia
que te quiera escuchar
y te cuelgas de ella
o te tiras al mar.
Allí empecé a encontrar a Barcelona. El barrio gótico, la arquitectura de Gaudí, los museos, las playas, el Camp Nou, la calidez de los catalanes, la Iglesia de la Sagrada Familia y los mercados populares no son sólo adornos de una guía. En verdad estos atractivos, digamos, “turísticos”, te van envolviendo hasta que la ciudad entra para siempre en tu ser, como una mujer que se desviste despacio y que da segundas oportunidades. Después de recorrer la ciudad sin prisa y, lo más importante, sin esperar algo a cambio, lentamente, fui olvidando los malos tragos. A riesgo de caer en el cliché tengo que decir que sólo entonces como viajero se entiende que lo importante es el camino.
Noche en Cataluña. Asalto 2.
Agazapada, lenta pero segura, la noche espera. Se ve venir como el automóvil que en medio de la oscuridad cambia a luces bajas. Los chiringuitos de Barceloneta empiezan a arder. No hay manera de explicarlo diferente. La fiesta, el gentío, la mezcla de razas, la desnudez y la playa crean una belleza única para una ciudad que funde en un solo elemento a los Pirineos y el Mediterráneo. Los bares a la orilla de las olas se llenan de curiosos y fiesteros mientras el sol se esconde detrás de las montañas.
Por fin logro llegar hasta la casa de mis anfitriones, una matrimonio colombo-catalán de hippies adorables. Me cuentan los pormenores del Sónar pero ya no me importan. Estoy feliz de robarme a Barcelona aunque sea por dos noches. Me preguntan por mi fecha de regreso a Colombia. Hacemos cuentas y se lamentan porque no voy a poder asistir a la noche de San Juan en la que literalmente los catalanes prenden la ciudad. Cada 23 de junio, para celebrar el solsticio de verano, se encienden hogueras, se lanzan juegos pirotécnicos, fuegos y bengalas mientras las comparsas que recorren la ciudad dejan una estela de fiesta por donde quiera que pasen.
El destino de esta noche es la playa de El Prat de Llobregat, un poblado industrial a las afueras de Barcelona. La movida electrónica de Europa reunida en el Sónar remata en estas arenas. Al llegar allí, uno se pregunta cómo es que tanta gente de tantas partes del mundo pudo alcanzar estas playas. “Mi mente está llena de caras de gente extranjera. Conocidas, desconocidas, he vuelto a ser transparente”, dice la canción escogida por Woody Allen. Es como si, por alguna conspiración divina o barcelonesca, todo se hubiera dado misteriosamente para pasar la noche en compañía de los españoles, los franceses, los alemanes y los centroamericanos de más allá. Todos bailando a la orilla del mediterráneo sin más preocupación que la de tener estrellas en el cielo.
Se acerca la madrugada y las sombras empiezan a hacerse reconocibles. Recuerdo las últimas 24 horas: la fiesta, la pareja de hippies que sin conocerme me abren las puertas de su casa, la libertad del mar, los quioscos con la música de las olas, las calles góticas y los mosaicos de Gaudí. Pienso en todo eso y concedo: este no fue un amor a primera vista. 24 horas después de mi arribo a Cataluña, recuerdo también la Rambla. No al final de ella sino al final de la noche, encuentro yo también a mi negra flor.
sábado, 30 de mayo de 2009
jueves, 28 de mayo de 2009
miércoles, 27 de mayo de 2009
Sucia cero
Ustedes que me ven aquí riendo, olvidando y hasta bailando lo saben bien. Mañana temprano voy a saltar de la cama, muy probablemente con un dolor de cabeza y la ansiedad en su punto más alto, tomaré el teléfono y sabré si se cumplen todos los planes que minuciosamente he construído en las últimas semanas. Puedo ver la punta del Airbus a la salida de este bar. Al otro lado de la línea contestará una mujer de cabellos dorados.
Estará a 22 cuadras, calle 72 con carrera séptima en Bogotá, reguero de ciudad, cuna de mamertos poetas y malandrines. El consulado, a 22 cuadras, se encuentra a unos cuantos metros por encima del barrio más rico de bogotá. Desde la ventana se puede ver la bolsa de valores de Colombia, los buses que rugen sin clemencia, los que cruzan la calle atestada de vendedores ambulantes.
De tanto ver a los suecos algo se le debe haber pegado al celador: es tan amable que uno empieza a desconfiar. “Tal vez está esperando —le da por pensar a uno que es bien bruto— que está esperando a que la sala quede vacía para sacarme a patadas”. Pero no. En el consulado sueco te ponen a esperar pero para qué: no es como el gringo y si no me dan la visa me regalarán al menos una mirada de lástima.
No es que la necesite; no es que la quiera. Pero al menos me darían algo. El gringo aquel detrás de la ventana ni siquira me miró a la cara ¡Asco! Te entregan un papel, el pasaporte y por ahí derecho la mala noticia; porque uno entiende de una vez y para siempre que hay cosas que no son de uno. Parece un Mc Donalds o la catedral del santo sepulcro con la cantidad de gente que va a rogar.
De hecho eso fue lo que más me impactó. La gente se viste como si fuera a ver al cura o hasta al santísimo. Las mujeres jóvenes se apuntan el escote, los hombres maduros la corbata y las abuelitas las enaguas. Todo el mundo mira para un lado y para el otro, como si estuvieran haciendo algo sopechoso. En todo el lugar reina un silencio que no teníamos en mi colegio cuando esos curas pederastas daban misa.
Y dale la cerveza pa abajo y dale que dale las burbujas pa arriba. 22 cuadras al norte, llega un mono con cuerpo de bolis con una mona teñida de la mano. En un folleto promocional, te das cuenta también de que en Suecia no hay alambrados, la gente puede caminar por donde le de la gana sin pedirle permiso a nadie sólo porque así es más chévere para todo el mundo. La “señorita” llega en tacones, con las uñas pintadas de rojo y ropa deportiva que no le esconde ni las tetas, ni el culo, ni el plástico de sus labios. ¡Andá Cenicienta que te espera el castillo en el suburbio del viejo continente! Qué más da, como las burbujas, todos tratamos de escapar.
¡Ahh sí! Estoy en un bar a unas horas de conocer mi suerte. Pero estoy es recordando el consulado aquel en el que te recibe la foto de un hombre con frac —pilas señores del DAS que estoy escribiendo sobre un vestido y no acerca de un grupo revolucionario— y una mujer adornada por las joyas más costosas del mundo. Después de conocer a los reyes te recibe una mujer de edad y cabellos claros. Estos suecos tienen fama de buena gentes. Se les nota que lo son pero te hacen saber que no sos de allá.
Como en la americana, te hacen verlos a través de una pared de vidrio. Y ni se acerque ni haga nada raro, señor. Te pregunta que para dónde vas, que si de verdad trabajás donde uno trabaja. Luego se queda con tu pasaporte y te pone a penar por varias semanas y también le da por dar a conocer su decisión real apenas unas horas antes de que salga el avión.
¡Salud!
¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨
Salto de la cama, con dolor de cabeza y la ansiedad en su punto más alto. Tomo el teléfono y una mujer de cabellos dorados me dice que por ahora no necesito cambiar mis planes. Puedo ver la nariz del Airbus a la salida de mi elevador.
jueves, 7 de mayo de 2009
Carta de un salvaje enamorado
de alguna forma
logres llegar hasta el final de estas líneas.
Solo soy alguien que un dìa cualquiera
en un lugar cualquiera
te vio a los ojos.
Quisiera estar seguro de que
despues de que te vi aquella vez
no desapareciste.
Te escribo porque sospecho que
vos tambièn viste algo en mis ojos
asi los hayas olvidado.
Quisiera recordàrtelos ..