lunes, 14 de julio de 2008

Capote

"Era esto lo que Mildred Grossman y Holly Golightly tenían en común. No cambiarían jamás porque su carácter se había formado antes de hora; lo cual, de la misma manera que los enriquecimientos repentinos, produce desproporciones".


"Pero no hay que entregarles el corazon a los seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen. Hasta que se sienten lo suficientemente fuertes como para huir al bosque. O subirse volando a un árbol. Y luego a otro árbol más alto. Y luego al cielo".

Brasil resultó bestial, pero Buenos Aires es aún mejor. No es Tiffany's, pero casi"

Desayuno en Tiffany's

viernes, 4 de julio de 2008

De instantes y palomas

Atrás estaba colgada una imagen gigantesca que clamaba el acuerdo humanitario. La plaza, como todos los días, olía a esa mezcla rara entre la bisutería, el orín, la montaña y el hielo. Y las palomas. O a caca de paloma. Caía el maiz y un aleteo alborotaba todo. Estabas de visita en la ciudad, embutida en una chaqueta negra que te hace juego con tu cabello brillante y tu piel pálida. No sé por qué no me fijé antes. Pero ese instante, en el que una paloma come de tu mano, está ahora bien guardado en mis recuerdos, como la fotografía que me hizo recordarlo.

jueves, 3 de julio de 2008

Una vaca que nada

Siempre hay tiempos difíciles y una pelea de gallos fechada en el calendario. Ambalema es un municipio del Tolima cuyo pasado lo dejo sin presente. O un presente arrozero al lado de las aguas miel del río Magdalena. Queda valle arriba, bien arriba, pero hasta allí llegaban los barcos y las mercancías. De todo ello quedó (o está ahora sin que antes hubiera estado) el arroz y el río.

En sus calles se vieron armas viejas, fusiles nuevos y cámaras de los dos tipos. En los años noventa se grabó allí una serie de televisión que dibujó el conflicto armado colombiano bajo la óptica de un grupo de estudiantes universitarios que viajaba hasta allí, hasta el fin del mundo, para desempeñar su trabajo rural. Un viejo director de apellido Triana también llevó hasta allí sus multitudes y sus madejas de cables.

Tiempo de morir se llamó el experimento cinematográfico cuyo guión, como una segunda parte de Crónica de una muerte anunciada, provino del mismísimo García Marquez. Entonces la realidad de Ambalema, que en boca de sus habitantes se reduce al arroz, y a un pasado fluvial y cinematográfico, queda más reducido a sólo eso: a un pasado brumoso y a un presente arrozero.

Pero entonces, antes de salir de ese municipio pegachento y arrochento, una vaca nos impide la salida. Hubo que cruzar el río en un planchón de esos que aparecen en las películas del Amazonas. Y ahí, en la mitad de la calle que da de bruces contra la orilla opuesta, oronda la vaca. Me gritan algo inaudible. O muy audible pero indescifrable por el acento de las gentes de macondo. Entiendo por fin que hay que hacer que se mueva. Me pillaron la cara de arriero. Estamos en Cundinamarca ahora. Al frente: el fertil Tolima.

La res parda es gigante. Tiene en el hocico una cuerda de la que halan y halan los duchos vaqueros ¡Pero no y no! La vaca no se mueve. Tiene sus patas ancladas al pavimento como si hubieran echado el cemento sobre la tierra caliente y de paso sobre la vaca.

Un, dos, tres: tiran de la cuerda y nada la vaca. Le dan en la ancas, y nada que se mueve la vaca. Ahh....vaca loca! "Que la arree" ¿Me dicen? Tomo un ramal de palma, largo para que no me vaya a dar una patada en la boca. Y un juetazito. Dos, tres. Se me hace que la estoy abanicanco. Cinco, seis. Y nada, vaca.

Me retiro. No soy toro pa esta vaca. Al fin y al cabo ni siquiera había entendido cual era mi misión. Cada cabo del cordel lo empuña un campesino diferente y no sé si la vaca se tiene que ir o apenas está llegando. Al fin prefiero distanciarme y tomarme una gaseosa. Y no tan pronto estoy fuera del rango de su patada, la vaca empieza a saltar, a patear, rápido y duro, como si su pesado cuerpo no pesara.

El juete más fuerte no logra lo que el poncho más delgado. Resultó la vaca nerviosa para la oscuridad. Y si se le tapaban los ojos saltaba como un niño en recreo hasta que el poncho volara lejos de su frente huesuda.

Ahora sí, vaca, vas pal río. Ingenuo yo que pensé que la iban a sentar comodamente sobre el planchón. Sigo con mi gaseosa y todavía no sospecho su destino. Poncho dos. Poncho tres. Y cuando la vaca, de tanto dar vueltas, gemidos y patadas, hunde sus cascos en el lecho mohoso del río, en dos vueltas ya está atada a una delgada piragua. ¿Quién dijo planchón? Na ahh.

Al agua vacas. El motorcito empieza a toser cada vez más fuerte y la vaca, colérica y engañada, a tumbar la barca. Nada y nada la vaca, como cuando nada y nada que se movía. Nada que puede alcanzar la barca. Dos vueltas a la cuerda, cuando la vaca está cerca, y un nudo inverosimil hecho con un movimiento más increible aún que la deja patas arriba. La vaca que se ahoga. La vaca que se controla y la vaca que viaja con el cuerpo bajo el agua y con sus muelas pegadas al borde de una embarcación que lucha contra la corriente y que se dirige hacia el pueblo arrozero y cinematográfico de la otra orilla.